martes, 31 de mayo de 2011

A divertirnos. Varios cuentos Infantiles


El cuento de Las Habichuelas Magicas
Periquin vivia con su madre, que era viuda, en  una cabaña de bosque. Con el tiempo  fue empeorando la situacion familiar, la  madre determino mandar a Periquin a la  ciudad, para que alli intentase vender la unica  vaca que poseian. El niño se puso en camino,  llevando atado con una cuerda al animal, y se  encontro con un hombre que llevaba un  saquito de habichuelas. -Son maravillosas  -explico aquel hombre-. Si te gustan, te las  dare a cambio de la vaca. Asi lo hizo Periquin,  y volvio muy contento a su casa. Pero la  viuda, disgustada al ver la necedad del  muchacho, cogio las habichuelas y las arrojo  a la calle. Despues se puso a llorar. Cuando se levanto Periquin al dia siguiente,  fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habian crecido tanto durante la  noche, que las ramas se perdian de vista. Se  puso Periquin a trepar por la planta, y sube  que sube, llego a un pais desconocido. Entro en un castillo y vio a un malvado gigante que  tenia una gallina que ponia huevos de oro  cada vez que el se lo mandaba. Espero el niño  a que el gigante se durmiera, y tomando la  gallina, escapo con ella. Llego a las ramas de  las habichuelas, y descolgandose, toco el  suelo y entro en la cabaña.
La madre se puso muy contenta. Y asi fueron  vendiendo los huevos de oro, y con su  producto vivieron tranquilos mucho tiempo,  hasta que la gallina se murio y Periquin tuvo que trepar por la planta otra vez,  dirigiendose al castillo del gigante. Se  escondio tras una cortina y pudo observar  como el dueño del castillo iba contando  monedas de oro que sacaba de un bolson de  cuero.  
En cuanto se durmio el gigante, salio Periquin  y, recogiendo el talego de oro, echo a correr  hacia la planta gigantesca y bajo a su casa.  Asi la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir  viviendo mucho tiempo. Sin embargo, llego  un dia en que el bolson de cuero del dinero  quedo completamente vacio.  Se cogio Periquin por tercera vez a las ramas  de la planta, y fue escalandolas hasta llegar a  la cima. Entonces vio al ogro guardar en un  cajon una cajita que, cada vez que se  levantaba la tapa, dejaba caer una moneda  de oro. Cuando el gigante salio de la estancia,  cogio el niño la cajita prodigiosa y se la  guardo. Desde su escondite vio Periquin que  el gigante se tumbaba en un sofa, y un arpa,  oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano  alguna pulsara sus cuerdas, una delicada  musica. El gigante, mientras escuchaba aquella melodia, fue cayendo en el sueño  poco a poco Apenas le vio asi Periquin, cogio el arpa y  echo a correr. Pero el arpa estaba encantada  y, al ser tomada por Periquin, empezo a  gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que  me roban! Despertose sobresaltado el  gigante y empezaron a llegar de nuevo desde  la calle los gritos acusadores: -Señor amo,  que me roban! Viendo lo que ocurria, el  gigante salio en persecucion de Periquin.   
Resonaban a espaldas del niño pasos del  gigante, cuando, ya cogido a las ramas  empezaba a bajar. Se daba mucha prisa,  pero, al mirar hacia la altura, vio que tambien  el gigante descendia hacia el. No habia tiempo que perder, y asi que grito  Periquin a su madre, que estaba en casa  preparando la comida: -Madre, traigame el  hacha en seguida, que me persigue el   gigante! Acudio la madre con el hacha, y  Periquin, de un certero golpe, corto el tronco  de la tragica habichuela. Al caer, el gigante se  estrello, pagando asi sus fechorias, y Periquin    y su madre vivieron felices con el producto de  la cajita que, al abrirse, dejaba caer una  moneda de oro.

El cuento de Cenicienta.


Erase una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. 
Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta. Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos. Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos. - ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. 
 
De pronto se le apareció su Hada Madrina. - No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven. 

En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce. - ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-. Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado. Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito. 
 
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto. Y así sucedió que el Rey se casó con la joven y vivieron muy felices.




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